Una persona es resiliente cuando tiene la capacidad de hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas y hasta transformarse a partir de ellas. El modo en que nos convertimos en personas resilientes está sustentado, en primer término, por nuestra carga genética a la que se le suman otros componentes tales como: un ambiente favorable, tener fortaleza intrapsíquica y haber adquirido durante nuestro desarrollo habilidades que se orienten a la acción. Nuestro cerebro es el órgano que va almacenando todos esos elementos tomados del entorno los que lo enriquecen y le permiten ser lo suficientemente hábil y flexible como para adaptarse a un destino más conveniente, es decir, más feliz. Cuando el entorno es hostil y produce estrés, esta plasticidad neuronal se ve afectada generando problemas cognitivos y emocionales. Las reacciones posibles de las personas frente a la adversidad pueden manifestarse a partir de: conductas de vulnerabilidad; indiferencia o ausencia de reacción y a través de respuestas resilientes. Pensando en la felicidad de las personas, lo óptimo es que puedan responder con resiliencia.
Ahora, ¿cuáles son las características que necesita desarrollar una persona para poder reaccionar con resiliencia? Estas son: competencia social, resolución de problemas, autonomía y sentido de propósito o de futuro. En el caso de la competencia social, nos referimos a la adquisición de habilidades que le permitan al sujeto reírse de sus errores, manejar la agresividad, cooperar con los demás, tener confianza y ser confiable, y también, saber negociar. En cuanto a la capacidad de resolver problemas, las personas necesitan contar con una buena dosis de creatividad, o sea desarrollar una visión novedosa sobre un problema dado. Esto es vital para todas las realizaciones humanas y es uno de los mayores recursos para las economías, ya que la principal riqueza de un país es su capital humano. En relación a la creatividad Borges (1983) decía que “la creatividad está ligada a la adversidad: la felicidad es un fin en sí mismo y no exige nada mientras que el infortunio debe ser transformado en otra cosa”. También una persona resiliente necesita actuar con autonomía, para lo cual debe desarrollar capacidad para enfrentar temores, experimentar emociones positivas, buscar maneras optimistas de replantear acontecimientos estresantes y beneficiarse del apoyo de amistades. Como última característica hablamos de la prospectividad, que se refiere a la cualidad que tenemos los humanos de poder revisar el pasado y proyectar al futuro; esto es, podemos vislumbrar varios escenarios posibles en el futuro. Esta capacidad de proyección sobre el pasado y el futuro le ha otorgado a los seres humanos un instrumento crucial para su supervivencia: resolver antes de que sea tarde, prepararse antes de que el peligro o el problema se haga presente. Podemos anticiparnos a los acontecimientos antes de que ocurran y tomar las decisiones oportunas.
A partir de una visión positiva del futuro basada en el optimismo y en las emociones positivas, el sujeto resiliente construye respuestas cognitivas saludables. Mediante ese sesgo optimista la persona siente que puede controlar su entorno; lo opuesto es lo que sucede en la depresión. Por último, dejo planteado un concepto novedoso que es el de “reevaluación”, mediante ella se reinterpreta el significado de los estímulos negativos, con la consecuente reducción en las respuestas emocionales. Dicho de otro modo, se trata de cambiar la manera en que sentimos al cambiar la manera en que pensamos. Si queremos promover resiliencia en las personas y en las organizaciones debemos utilizar más frecuentemente la “reevaluación”, dejando de lado la actitud crítica y la descalificación para incorporar nuevos modos de pensar y de sentir, dando lugar así a la aparición de dos palabras que apuestan a la felicidad: vínculo y sentido.