¿Un camino o un fin?

Es un hecho observable y constatable que, en un determinado momento, la experiencia nos puede abrumar y la felicidad queda en algún modo de nebulosa. Esto último puede ser una situación pasajera o un estado prolongado del sí mismo. Esto ha preocupado a filósofos, psicólogos, psicoanalistas entre otros. Aristóteles reflexionó sobre cómo vivir una vida que condujera finalmente a la vida buena. El tema nunca ha desaparecido cómo preocupación humana, aunque hay períodos de mayor intensidad como lo es actualmente.
El descubrimiento más notable en la discusión de la búsqueda de la felicidad es el concepto de “atención plena” como vía para alcanzar la felicidad personas. Esta estaría sustentada en la energía y esfuerzo puesto en hacer elecciones conscientes y racionales. La “atención plena” promovería la búsqueda de la felicidad y la autonomía. Esto significaría la eliminación del pensamiento negativo y mantener el equilibrio crítico en las esferas de acciones (sentimientos).
Algunas otras implicaciones importantes para la investigación, se refiere a fortalecer la capacidad de resiliencia. Esto es, la capacidad superar las dificultades. La “atención plena” requiere esfuerzo y energía puesta en acción. La apatía, podríamos decir una especie de virus, desalienta el progreso hacia el estado de la felicidad, y en última instancia, se puede convertir en un patrón cíclico.
Sin embargo, es preciso aclarar que alcanzar la felicidad tampoco es una mera cuestión de actitud. Tener actitudes positivas no es lo mismo que ser realmente pleno. En el torbellino de la vida actual los sentimientos de frustración y desaliento son comunes. Algunos tenderían a pensar que entonces, ser feliz es un imposible, pero si se logra hacer coincidir los verdaderos deseos con las cosas que decimos y hacemos, como parte de nuestras propias decisiones, entonces bien se puede hablar de felicidad. Parafraseando a un autor quien sugiere que un ejercicio sano, es preguntarse un domingo si uno prefiere ir a un mall o a pasear al parque San Martín (Mendoza, Argentina). “De seguro la gente prefiere ir al parque, pero entonces por qué va a un mall”, concluye el autor.
La comprensión de los fundamentos filosóficos de la felicidad es imprescindible. Sabemos que desde siempre ha contribuido a enfrentar los problemas de la condición humana. Kant se esforzó porque la metafísica tomara el camino seguro de la ciencia para intentar salvar mediante la razón, a cosas como el alma, Dios o la inmortalidad, que subyacían a la cultura pública de su tiempo. Rawls escribió su Teoría de la Justicia para contribuir a que la política de una sociedad moderna y democrática fuera más reflexiva, más consciente de sus posibilidades y sus límites. Hoy se corre el riesgo de ver la felicidad como una cuestión instrumental, cuando dice con “el sí mismo como otro” (Ricoeur), trabajar eso que es estable en el tiempo, y aquello que va fluctuando. Una vida feliz incluye tanto lo extraordinario y lo ordinario, y la cuestión central es no sólo qué, pero cuándo. Las experiencias van variando.
Se puede definir las experiencias ordinarias como aquellas que son comunes y frecuentes, dentro de la esfera de la vida cotidiana, en cambio las experiencias extraordinarias, por el contrario, son poco frecuentes, y van más allá del ámbito de la vida cotidiana. Esto no contiene ningún juicio de valor intrínseco, postular la superioridad de una o la otra. Aunque hay que indicar que algunas investigaciones han puesto de relieve la importancia de las experiencias raras y extraordinarias para el bienestar general (Keinan y el Dr. Kivetz 2011; Tversky y Griffin 2000; Zauberman et al 2009). Esto los lleva a pensar la hipótesis que la felicidad provendría de experiencias extraordinarias, asignando a las experiencias ordinarias al carácter de ayudas para navegar a través de la vida diaria, en cambio las otras tendrían consecuencias importantes para la auto-definición, y satisfacción con la vida.
No obstante, se puede pensar, que, en el transcurso de sus vidas, en medio de la vertiginosa gama infinita de posibles experiencias, las personas, al pensar su felicidad, establecen un determinado orden subyacente que incluye tanto lo extraordinario y como lo ordinario. La investigación, especialmente fenomenológica cualitativa, permitiría indagar y profundizar este tipo de hipótesis. Explorar qué es lo que demanda la persona en cuanto a “ser feliz”. De qué ataduras se quiere librar, qué muros quiere que se desvanezcan, y el modo a través del cual quiere liberarse de ese malestar. Dicho de otro modo, la presencia o falta de congruencia que siente la persona en términos de si sus acciones se corresponden con sus deseos reales y profundos. Entonces, sería una persona feliz.
Eduardo Escalante -
Director de Investigación del Instituto de Felicidad y Bienestar Organizacional - Fundación Universitas